ALIMENTO DE LA PINTURA
Totalmente acosada de deslices, de relámpagos en el agua viva, cuán apasionante sería la obra de una trucha, si las truchas pintaran. La de la serpiente - si las serpientes nos librasen sus obras - obsesionada de piedra caliente. La del pájaro llena de cielo y de nubes y cualquier objeto que pintaran, por ejemplo una manzana, la trucha le pondría sus frías carreras; la serpiente el calor de su piedra; el ave, su cielo. Siendo hombres, nos apasionamos por las obras realizadas por nuestros semejantes; buscamos ávidamente en ellas las huellas de los espectáculos que pueblan nuestras miradas en todos nuestros instantes; de nuestras presiones cotidianas obsesionantes; de cuanto, a lo largo de nuestra vida, cae bajo nuestros sentidos en todos nuestros pasos. Y es: un cartel rasgado, un pedazo de chapa que brilla, un hierro herrumbroso; un camino encenagado. Una vitrina pintada en verde de pino, un rótulo abigarrado, una inscripción de tiza deslavada por la lluvia, un color encontrado en la calle y huellas, más huellas, regueros, azares, de los que nuestras viviendas de hombres y nuestras ciudades están repletas: he ahí lo que, el pintor debe registrar a medida y fijar y asimilar y restituir en sus obras, hasta cuando pinta una manzana.
ESCRITOS SOBRE ARTE - Jean Dubuffet - Barral Ed.
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